Llegué a este libro a través de la película del mismo nombre, proyectada en la MUCES (Muestra de Cine Europeo Ciudad de Segovia). La película me sirvió para atisbar desde un lugar de visión privilegiada cómo se desarrollaba una clase en un instituto francés de los barrios marginales de la periferia. Y lo que vi me gustó muchísimo. Tanto, que acudí al libro. Y no me ha defraudado.
He tenido la suerte de poder leer la versión original, en francés. Creo que uno de los temas subyacentes en la historia es la oralidad. Así, el autor ha tenido que “transcribir” la forma de hablar de sus alumnos, una generación de franceses de procedencias variadas y cuyo dominio de la lengua es bastante limitado y ceñido siempre a la oralidad. Supongo que traducir algo así es difícil. En el libro se marca muy bien la diferencia entre el lenguaje escrito y el oral, quedando éste a veces bastante maltrecho.
Las historias de los alumnos de van tejiendo poco a poco de una manera sutil e indirecta. Vamos viendo un poquito de sus personalidades diferentes, teniendo siempre en cuenta que sólo se nos muestran en un aspecto de sus vidas, en un microcosmos que es el instituto y, por lo tanto, esa información siempre será sesgada.
¿Y qué decir del profesor? Su forma de llevar la clase refleja voluntad y mano izquierda, porque mucho hubieran tirado antes la toalla. Se da la circunstancia de que el autor escribió este libro casi autobiográfico y luego, se representó a sí mismo en la pantalla, así que supongo que de una forma bastante fiable...
En definitiva, La clase resulta una novela de fácil lectura, con una estructura ágil, salpicada de anécdotas que transcurren siempre en el mismo y claustrofóbico espacio, una clase de un instituto de la “banlieue” parisina. Un mosaico de la realidad social y lingüística que se vive en Francia hoy en día.